Entre visillos, de Carmen Martín Gaite

Título: Entre visillos

Autora: Carmen Martín Gaite

Editorial: Destino

Año de publicación: 1957

Páginas: 222

ISBN: 8481303216

Entre visillos es el tercer libro que leo de Carmen Martín Gaite después de descubrir el pasado mes de julio a esta gran escritora con Nubosidad variable y de seguir disfrutándola en agosto con Irse de casa. Aunque en esta ocasión me ha costado más meterme en la historia, al final no sólo me ha atrapado y me ha seducido sino que he terminado por cogerles muchísimo cariño a los personajes. Como Pablo Klein, un joven que regresa a la ciudad en la que vivió de pequeño junto a su padre, un afamado pintor al que acompañaba a todas partes. A su regreso Pablo se convertirá en el profesor de alemán del instituto y en un hombre misterioso, solitario. 

Le encanta estudiar en un café casi vacío, que vive en una pensión y que no podrá evitar provocar los comentarios, a veces buenos y otras no tanto, del resto de habitantes de la ciudad.

Porque eso es precisamente lo que más les gusta hacer a los vecinos, estar al tanto de todos los cotilleos, los noviazgos, las rupturas, las bodas, las defunciones, quien se marcha a Madrid a estudiar o a trabajar y quien llega a la ciudad. Pero, aunque casi nadie se libre de practicar esta costumbre, de lo que no se libra nadie es de sentirse asfixiado, ahogado, atrapado entre las callejuelas de la ciudad, entre sus gentes y entre esos visillos tras los que se ocultan todas esas miradas que espían, que interrogan, que juzgan y que critican. Entre visillos es una novela de personajes, de historias entrecruzadas, enlazadas por un hilo a veces grueso e inquebrantable y otras veces tan frágil y fino que casi resulta invisible. Esta obra nos traslada a una capital de provincias. No sabemos cuál es, pero eso no importa. Es una ciudad como otra cualquiera, con su río, su catedral, su instituto, su cárcel, sus ferias, su casino, sus cafés y su estación de tren. Ese tren que trae a la ciudad a nuevos vecinos que, ya vengan sólo de visita o para quedarse, las gentes de la ciudad les provocarán multitud de sentimientos, unos buenos y otros malos, pero nunca les dejarán indiferentes. Y lo mismo les ocurrirá a esas personas que vuelven a la ciudad muchos años después de haberse marchado.

Eso es lo que le ocurre a Julia, que mantiene una relación a distancia, por carta con su novio Miguel, con el que desea casarse y vivir en Madrid a pesar de lo mal que le trata él y, sobre todo, de la oposición de su padre y de su tía. O a su hermana pequeña Natalia, que no sabe cómo decirle a su padre que quiere irse a Madrid a estudiar una carrera cuando dentro de unos meses acabe el instituto. 

O a Gertru, obligada por su novio Ángel y por su suegra Lydia a casarse siendo casi una niña sólo para poder formar parte de una familia de buena posición. O a Rosa, la animadora, que cada noche canta en las fiestas del casino para disfrute del resto de la gente que, sin embargo, no sólo no la aceptan como a una igual, sino que la desprecian, la critican y la tachan de ser una mujer demasiado libre y exagerada a la hora de vestirse o de relacionarse, especialmente con los hombres. 

O a Elvira, que no sabe cómo librarse de la inevitable presencia de su madre y de su hermano Teo y del fantasma de su padre, que acaba de fallecer y que le impiden hacer realidad su sueño de ser pintora. O a Emilio, que está enamorado de Elvira y que necesita saber que ella también le quiere y desea casarse con él para poder hacer frente a las oposiciones de Notaría.

Entre tantos personajes, unos sobrevivirán a tanta presión y saldrán airosos y a otros no les quedará más remedio que huir para poder seguir viviendo e intentar ser feliz. Otros, por el contrario, no serán capaces de encontrar su camino entre las estrechas calles y las empinadas cuestas de la ciudad y día a día sus sueños y su propia vida se apagarán lentamente.

Porque toda la ciudad se convierte en una gran cárcel en la que el aburrimiento, el tedio, los juicios morales y el miedo a defraudar, a no cumplir las expectativas creadas por otros y a no estar a la altura de las apariencias que deben cumplirse atrapan a sus habitantes, que cada vez tienen menos formas de escapar.

Las únicas salidas, los únicos lugares de la ciudad aislados de esa atmósfera cargada de tensión, de deseos insatisfechos, de sueños ocultos y de ilusiones frustradas son las fiestas y los bailes del casino y los guateques que organizan Yoni y su hermana Teresa en su casa, el ático del Gran Hotel. En esos lugares no importan las apariencias, las opiniones de los demás, el qué dirán o las convenciones. No importan el machismo o la continua y aplastante obediencia debida a la religión, el franquismo o la familia. Sólo importa la música, el alcohol, el baile, el tabaco. Porque lo único que importa en esos momentos es divertirse, olvidarse de todo, evadirse y ser feliz. Al menos durante unos pocos instantes.

Al final, con el paso de los meses, será precisamente Pablo Klein, ese intruso desconocido y misterioso que llega de fuera, un extraño, un forastero, el que mejor entenderá, valorará y sabrá apreciar, comprender y apoyar los miedos, los deseos, las frustraciones, los sueños y las ilusiones de los habitantes de la ciudad. Y por eso se convertirá en el mejor amigo de Emilio y también en el mejor profesor que ha tenido la pequeña Natalia. Porque tanto Pablo como Natalia saben ver a sus familiares, a sus amigos, a sus vecinos y a sus conocidos como realmente son y no verlos únicamente entre visillos.

Si te interesa el libro puedes encontrarlo aquí.